Afortunadamente los seres humanos podemos aprender otras cosas que a
sentirnos indefensos, también aprendemos a tener esperanza, a confiar en
nosotros mismos y en los demás, a ser optimistas y a desarrollar
respuestas creativas incluso en las condiciones más adversas. Esta
capacidad de protegernos y adaptarnos creativamente a un medio hostil se
ha relacionado con un concepto de difícil adaptación al castellano
denominado resilencia. La resilencia ha sido definida de muchas maneras.
Desde el aforismo de Nietzsche: "Lo que no me mata me hace más fuerte",
hasta la definición de Luthar, uno de los promotores de la teoría, de
"un proceso dinámico que tiene por resultado la adaptación positiva en
contextos de gran adversidad". En definitiva un mal comienzo o una mala
racha no tienen por qué tener un mal final.

Antonovski estudió, por una parte, lo relativo a la fortaleza de los
individuos, ya que no todos tenemos la misma capacidad de resistencia
ante determinadas condiciones ambientales y, por otra, el significado
que cada individuo atribuye a la situación estresante a la que se
enfrenta, ya que cuando los humanos vivimos etapas difíciles importa
mucho el modo en que las interpretamos y el sentido que damos a nuestra
conducta para resolverlas, rendirnos o adaptarnos a ellas.
Agrupó esas características en dos tipos: la capacidad de resistencia
y el sentido de coherencia. La capacidad de resistencia la relacionó
con recursos de tipo biológicos, materiales y psicosociales y la
coherencia la basó en tres factores: 1) comprender lo que ocurre, 2)
manejarse con lo que acontece y 3) dar un sentido a lo que se hace.
Incluso entre los animales siempre se encuentra un grupo de
individuos más resistentes a la indefensión aprendida. El mismo Seligman
describió un subconjunto de perros en sus experimentos que, a pesar de
recibir descargas eléctricas indiscriminadas, supieron sobreponerse y no
caer en el abatimiento.
En el caso de los animales habría que buscar la explicación en la
primera parte de la fórmula: la capacidad de resistencia que en ellos
está muy influida genéticamente, pero entre nosotros es la segunda la
que cobra un valor diferencial. En nuestro caso la seguridad del
instinto es sustituida por la búsqueda de sentido.
¿Podemos abordar el sentido de la vida desde un punto de vista
psicológico además de filosófico o religioso? Y en caso afirmativo,
¿cuáles serían los elementos que determinarían la búsqueda del sentido y
el desarrollo de una actitud positiva ante las adversidades en los
seres humanos?
Según Bowlby, los seres humanos necesitamos desarrollar, sobre todo
en la infancia, lo que él llamó un apego seguro, algo que se consigue
básicamente contando con alguien que confíe en nosotros, que nos quiera
incondicionalmente y que partiendo de esa seguridad nos aliente a
explorar e investigar por nuestra cuenta. Es muy importante
desarrollarse en un ambiente seguro y afectuoso, pero no basta, también
es necesario aprender a explorar. Tienen que animarnos a investigar, o
al menos no desalentarnos por miedo a los riesgos, de lo contrario
podremos llegar a ser ciudadanos adaptados, previsibles, que sigamos los
procedimientos correctos, pero no muy interesados por hacer las cosas
de la mejor manera posible aunque desafíen las convenciones, ni
preparados para encontrar alternativas donde aparentemente no las hay.
Cuando se ha adquirido ese aprendizaje se pueden resistir con más
probabilidad de éxito las dificultades de la vida y las situaciones de
alto riesgo, porque la confianza en uno mismo y la esperanza también se
aprenden y se trasmiten. En cierto modo la confianza y la seguridad en
nosotros mismos está ahí porque alguien previamente las depositó.
Pero, ¿qué ocurre si no adquirimos esa seguridad y confianza de
pequeños? ¿Estamos condenados a la indefensión? No necesariamente, como
adultos el proceso que seguimos para adquirirlas es básicamente el mismo
que de niños aunque requiere de unas condiciones especiales. Todos los
procesos terapéuticos, reeducativos o resocializadores, orientados
profesionalmente o apoyados por nuestro entorno personal, tienen en
común la necesidad de disponer de un vínculo que ofrezca la confianza
suficiente para atrevernos a experimentar nuevas alternativas vitales.
Un suelo desde el que ponernos en pie, mirar a nuestro alrededor y
probar sin sentirnos paralizados por miedos internos o por temor a la
censura social. Afortunadamente nuestro destino no se forja en los
primeros cinco años de vida como han sugerido algunas teorías
psicológicas y han creído muchos padres incautos. Los hombres y las
mujeres contamos con toda nuestra vida para realizarnos si disponemos de
las condiciones mínimas, que dependen enormemente del modelo social en
que nos desarrollamos.
http://www.huffingtonpost.es/alfonso-ramirez-de-arellano/aprender-a-esperar-y-a-de_1_b_2191712.html?utm_hp_ref=spain
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